Saturday, March 08, 2008

Sí ¿Y qué?

Sí. Lo confieso. Soy un apátrida. No soy patriota. Y no me avergüenzo de ello.

Al contrario, me enorgullezco, es mi refugio, es mi convicción, me regodeo en ello y lo digo sin ambages.

De lo que no me enorgullezco es de haber pasado un par de días rayanos en la histeria con la perspectiva de una posible guerra. Ya comenzaron los halcones locales a llamar apátridas a todos aquellos que no estamos de acuerdo con la movilización de tropas por el incidente de Colombia y Ecuador ni con el cierre de las fronteras (de donde procede mucho de nuestra ya escasa comida). Se les olvida a estos detractores del imperio que su comportamiento es exactamente el mismo adoptado por sus análogos imperiales al llamar a la guerra contra Irak (Guerra que ha costado tres billones de dólares, luego se preguntan por qué están en recesión) y es exactamente el mismo en todo lugar y época al llamar a guerras innecesarias. Cuando se necesita luchar por la supervivencia no es necesario arengar con la palabra patria a flor de labios y es de sentido común el no dejarse joder. Se lucha y se trata de vencer, o al menos, de sobrevivir. Desgraciadamente de cabrones está lleno el mundo (cabrones mequetrefes, en este caso) y estas luchas por la supervivencia no son lo escasas que deberían ser. Aún subsisten cretinos que tratan de imponer su visión a martillazos y al ritmo de la metralleta, sea ésta la democracia corporativa de mercado, la sharia o el socialismo fascista (no, no es un oximorón).

En cualquier caso, siempre lo he dicho y ahora, más que nunca lo mantengo. Mis oídos son sordos a los cantos de las sirenas patrióticas. Y que nadie cuente conmigo para matar a nadie en una guerra inútil y fratricida. Primero huiré, me iré, buscaré otros cielos, o me esconderé. Pero no voy a arriesgar mi vida y a hacer daño por satisfacer el narcisismo militarista de un tirano bananero.