Friday, December 19, 2008

Soy CF con Hiperlinks

Cortesía de mi hermano, más que amigo, Alberto de Francisco, aka Naturopata.

Desde niño, cuando comencé a leer y vi la historia miserable de la raza humana, todas las penurias por las que pasaron nuestros antepasados y todo lo malo que había en el mundo, vi que mi vida era buena en comparación. Y vi que era gracias al ingenio humano, a la tenacidad y al valor de oponerse a la barbarie y al prejuicio que disfrutaba de esa vida. Vi que gracias a eso no era un vasallo feudal, ni tenía viruela ni polio y que mi madre podía trabajar fuera de su casa, que mi tío, negro, no era esclavo. La historia, iluso yo, parecía tener una progresión. Y se me ocurrió mirar al futuro tan brillante que pintaban los 60, luminoso, cromado, aséptico. Fue amor a primera vista, un amor que me ha acompañado toda la vida, un amor por una vida donde la enfermedad y el sufrimiento no existen, donde la discriminación es cosa de un pasado incomprensible, donde existen tecnologías avanzadas y aventuras inimaginables en la infinitud del espacio. Los libros fueron mi puerta no sólo a mares australes y piratas, a lo profundo de la jungla africana, al interior de mis vasos sanguíneos y a los gélidos vientos del polo norte, sino también al terrible vacío del universo, a las arenas de marte y las junglas de un venus que nunca fue.


Saliendo de las bóvedas de acero aprendí que hasta la eternidad tenía un fin. Luego, al ver los crueles amoríos que prodigaba la luna, y que las crónicas marcianas entonaban tristes pero esperanzados cánticos de una tierra lejana, decidí tomar mi traje espacial y viajar. Huí de campos de concentración y de odiosos genocidas. Perseguido por cuclillos e invasores de cuerpos viajé a través de las corrientes del espacio hasta capitales imperiales, antes de ser seducido por la anarquía de una cultura mentalmente mecánica, donde un jugador no es mal visto.


Hoy miro la ciudad y las estrellas, desprovisto ya de aquella fe de nuestros padres, no creyendo en oráculos ni en dioses, propios o extraños, esperando en esta estación de tránsito, con el fin de la infancia tras de mi. Entiendo que por fin he aprendido a ser yo, que las estrellas son mi destino y la humanidad mi patria. Sin embargo, aún añoro las verdes colinas de la tierra, aunque sepa que esta playa de acero no es infinita. Interminable tampoco es la guerra ni, tristemente, la paz.



Los desposeídos son mayoría en esta odisea del espacio, pero el día antes de la revolución habrá de llegar alguna vez. Lo único cierto es que es grande la tarea de crear las fundaciones de un valiente y nuevo mundo, donde puede que mañana seamos clones y hasta yo robot, junto a los hijos de nuestros hijos. Ninguna mujer nacida será jamás menos que un hombre, tendremos robots pero no imperios y nos desharemos de la tiranía del salario, púrpura o de cualquier color. Una mirada a la oscuridad basta para advertir el ojo en el cielo, junto a su mano izquierda, pero tengo confianza en que que algún día vamos a ser por siempre libres para experimentar las variaciones de la utopía, procurarnos máquinas de la alegría y entrar en la era del diamante, progresar, en un continuo accelerando hasta llegar al instante aleph y entonces, convertirnos en los hacedores de estrellas.